domingo, 12 de septiembre de 2010

Cine y poesía (V): el último de los linyeras




Qué vivan los crotos* (Ana Poliak, Argentina, 1990) es de esos documentales de excepción que se sustraen del típico enfoque realista que prima en este género cinematográfico. El montaje no pierde de vista el proceso de producción cinematográfico: los titubeos, el nerviosismo, en suma, el habitual «fuera de campo», los ensayos más o menos torpes de unas personas dispuestas a representarse a sí mismas en una rememoración necesariamente fragmentaria. La directora no excluye las peripecias de la memoria de los entrevistados, la dificultad del retorno, la escenificación del recuerdo, el temblor de los relatos, como un registro de vacilación inherente a esa práctica testimonial que, necesariamente, coexiste con el silencio, denso y significativo, como dimensión de un espaciamiento presente en todo trabajo del recuerdo. De forma complementaria, las dramatizaciones –breves, mudas, fulgurantes- de linyeras jóvenes, aparecen como un plus a una red de fragmentos que se urden para dar consistencia al protagonista “Bepo”, el último linyera.
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Vagamundo anarquista, Bepo regresa a su Tandil natal (situada en el interior de la provincia de Buenos Aires, Argentina), luego de haberse internado por 25 años en un viaje sin más destino que el tránsito, apenas pautado por los trayectos del ferrocarril. Toda su historia conmueve: desde la melancolía que sobrevuela su relato rememorativo hasta su amor secreto e indestructible. De ahí el semblante por momentos nostálgico de nuestro personaje al evocar algunas figuras de lo inolvidable.
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Quizás la cámara asuma en este contexto el lugar del gran Otro. Por eso los personajes tiemblan, vacilan, arrancados de la intimidad, entregados a ese fluir evocativo alternativa o simultáneamente sombrío y lumínico, teatral y espontáneo. A pesar del formato documental en el que se instala la película, somos lanzados a completar las elipsis de la memoria selectiva, operación que sin embargo no concluye ni tiene término alguna vez. En las antípodas de «Funes el memorioso», el protagonista recuerda desde la lógica inconsciente en la que las omisiones son tan significativas como las apariciones.
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Como metáfora de la «errancia», Bepo evita aferrarse a una doctrina última. También es posible “crotear” en el pensamiento, como entrega a la intemperie radical. No sólo deriva del nómada sino búsqueda incierta de una libertad que implica atravesar la carencia, la lucha por la supervivencia y la sombra de la despedida que lo acompaña.

Para profundizar en la filosofía del linyera y la vida del protagonista, pincha aquí.
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Sobre la relación entre memoria y olvido que se plantea en la película, pincha aquí.
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*El término “croto”, sinónimo de “linyera” -perteneciente al lunfardo- proviene del apellido del gobernador bonaerense llamado José Camilo Crotto (1864-1936), que decretó una ley que evitaba penalizar a los menesterosos. A partir de 1920, los trabajadores rurales, llamados “peones golondrina”, podían viajar gratis en los vagones de carga vacíos del ferrocarril, de localidad en localidad, para poder desarrollar trabajos temporarios. “Croto”, entonces, es en primer lugar ese trabajador rural sin hogar estable, caracterizado por su vida errante. Posteriormente, el uso de dicho término se generalizó hasta abarcar a los vagabundos en general.
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