miércoles, 25 de marzo de 2009

Presentación de “Mi nombre es nadie”













Viernes, día 27 de marzo a las 7,30 tarde
Librería Primado- Avda Primado Reig, 102 -Valencia-




BERNARDO GUZMÁN, Director de la Ser Valencia

ARTURO BORRA, formador socio-laboral de inmigrantes

CARMEN ALBORCH, senadora PSPV-PSOE

NICOLÁS CASTELLANO, periodista de la Ser

CARLA FIBLA, corresponsal de La SER en Oriente Próximo


Más información aquí y aquí




"Reflexiones sobre la otra odisea del presente" - Arturo Borra (texto de presentación del audio-libro Mi nombre es nadie de Carla Fibla García-Sala y Nicolás Castellano Flores).

En primer lugar, quisiera destacar de este trabajo colectivo su compromiso periodístico con la indagación crítica del presente, que trabaja en un doble nivel: primero, mostrando la posibilidad de articular géneros múltiples, en este caso, a través de la combinación de las entrevistas en profundidad, el reportaje fotográfico, la crónica periodística, algunos fragmentos teatrales y literarios, así como la aportación ensayística de algunos colaboradores, materiales que son recopilados también en 4 CD más que recomendables. En un segundo nivel, el presente trabajo pone en cuestión, desde adentro, un modo dominante de gestionar los flujos migratorios y un modo inquietante de vincularse a estos colectivos. Sobre esta dimensión es la que quisiera plantear algunas reflexiones.

Mi nombre es Nadie nos retrotrae a los relatos homéricos, especialmente a la figura de Ulises, protagonista de múltiples odiseas en el mundo helénico. La referencia podría parecer lejana, pero lo que desde el título mismo se nos insinúa es, precisamente, que los procesos migratorios constituyen una historia de larga duración: el viaje más antiguo del mundo (como informa el subtítulo) o, también, una historia de la errancia como constituyente de la condición humana. Es pertinente recordar, en este marco, que los filósofos griegos pre-socráticos contraponían a la verdad no la mentira sino el olvido: aletheia es el nombre con que designaban esta verdad como trabajo de la memoria. Y las historias que Carla Fibla y Nicolás Castellano recuperan son parte de ese trabajo de la verdad, referido a la migración africana, dramáticamente próxima en tiempo y espacio. Aún así, mantiene una conexión con las epopeyas recogidas en La Odisea. “Mi nombre es nadie” es la respuesta que da Ulises al dios Cíclope, cuando éste le pregunta por su nombre. Gracias a la astucia de la respuesta, Ulises logra engañar al dios y regresar a su Itaca natal. Sin embargo, como advirtieron Adorno y Horkheimer, pasar por “nadie” tiene un costo vital: permite sobrevivir, pero trae como contrapartida el sacrificio de la singularidad, de la identidad singular. Negándome sobrevivo, pero entierro la promesa de una vida que no sea mera supervivencia.

La historia de Ulises no es solamente pasado o el nombre de un síndrome al que podría reducirse sin pérdida la penuria de los inmigrantes -africanos o no-. Ulises es la figura –ya distante del registro épico- que Europa mira con un gesto ambivalente y receloso, cuando no con rechazo más o menos solapado. Alcanza con revisar las políticas migratorias y de asilo hegemónicas para reconocer en Europa una creciente restricción de sus fronteras y una tendencia a hacer de la política del vallado su principal respuesta ante flujos migratorios que considera indeseables. Nada de ello impedirá que este Otro -nómade por fuerza- persista, aunque eso suponga atravesar situaciones de extrema vulnerabilidad y, en muchas ocasiones, ser objeto del tráfico de personas y de las mafias organizadas, “que no ven personas sino dinero desesperado” tal como puntualiza Carla Fibla. Para hacer un diagnóstico sobre las políticas migratorias hegemónicas también podemos referirnos, en un nivel macro, a la última directiva europea de inmigración (conocida como “la directiva de la vergüenza”)
[i], a la reducción drástica de los caminos legales para obtener permisos de residencia y trabajo[ii] y a la alarmante restricción de las concesiones de asilo. Si tomamos como ejemplo el 2008, España apenas aceptó 3 de cada 100 solicitudes de asilo, lo que significa que el 97% de solicitantes pasarán a formar parte de la inmigración irregular, si es que logran evitar la expulsión[iii]. Pero ¿a dónde regresa un solicitante de asilo, cuando lo que está en juego es su supervivencia misma? Las estadísticas oficiales nada dicen al respecto.
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En síntesis, aunque es cierto que hay algunas iniciativas en sentido diferente, lo dominante es tendencia a criminalizar la inmigración irregular, así como la tendencia creciente a restringir el acceso y permanencia regular en Europa, especialmente para aquellas categorías de inmigrantes menos valoradas según la jerarquía establecida por los estados europeos. Ser inmigrante africano[iv], en este contexto político-cultural, siempre corre el riesgo de convertirse en un estigma, aunque desde ya, no toda forma de discriminación xenófoba y racista sea abierta y manifiesta, sino más bien selectiva y oculta.
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Llamarse nadie, es decir, pasar de forma inadvertida, devenir-invisible, es una estrategia para burlar los controles de acceso, evitar la represión policial y la desconfianza anónima. Pero cada uno de esos “nadie” sigue soñando con la promesa –por definición incierta- de reinventar su vida. En ocasiones esta estrategia clandestina logra su objetivo: arribar y permanecer en estas costas. Sin embargo, la contrapartida no es otra que una multitud de seres humanos despojados de una parte de sí mismos, de sus historias personales y familiares, sus trayectos laborales o profesionales y lo que es igualmente grave, privados de sus derechos humanos más fundamentales. Al duelo que implica migrar, se le suma el duelo de ser privados del acceso a la ciudadanía, de ser confinados a la economía sumergida y a la sobreexplotación que sufren –reducidos a mano de obra barata en mercados precarizados-, si es que logran zafar del paro o la marginalidad.
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Lo relevante de Mi nombre es nadie es que recupera claves para seguir pensando qué significa migrar a Europa, “esa fortaleza que se reserva el derecho de admisión” –como señala Nicolás Castellano. Y si bien la inmigración africana ya de por sí es heterogénea, -a pesar de los estereotipos y mitos circulantes- en todos los casos sobrevive la promesa de plenitud y la presencia ubicua de la carencia. Pensar la diversidad de las migraciones, en estas condiciones, es un pensar que no acepta sustraerse del sufrimiento de los otros. Por el contrario, la apuesta aquí es dar voz a los que son sistemáticamente acallados o borrados, incluso en los medios masivos de comunicación, convertidos en objetos de una escena rutinizada que minimiza la conmoción. Quizás uno de sus méritos mayores sea ese: introducir el discurso del otro, a través de la reconstrucción de sus narrativas desgarradas y poner en crisis la violencia de las interpretaciones reduccionistas. Esas narrativas testimoniantes desafían el proyecto del bienestar cercado. Otra vez -dicen los autores en el prólogo- lo que aquí se juega es la promesa de una vida más digna, la legitimidad de no conformarse a esperar la muerte, en suma, el derecho a migrar y también la libertad de no tener que hacerlo.
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La travesía es extensa e imprevisible y comprenderla es también reconstruir el papel que desempeñan las familias, los medios, las asociaciones, los gobiernos y la sociedad en su conjunto ante el fenómeno migratorio. Esa comprensión implica volver a mirar a todos esos protagonistas desapercibidos, embarcados en esta aventura incierta donde se está dispuesto a dar la muerte por otra vida. Porque el viaje incierto es riesgo de muerte, de saqueo o violación; es distancia obligada y desesperación del que deambula sin saber ni tener dónde ir.

Mi nombre es nadie es un grito colectivo al que se suman todos aquellos que no confían en las murallas como solución duradera ni mucho menos admisible. Y si bien los autores –después de este otro viaje al que nos invitan- tampoco se privan de arriesgar sus tentativas de solución, lo que persiste, en primer lugar, es la materialidad sangrante de los relatos y las imágenes capturadas, ocupando los protagonistas un lugar en la interpretación de sí mismos, cuestionando las violencias no sólo físicas sino también epistémicas de las que estos sujetos son objeto. Lo que persiste es este grito desgarrado, que nos interpela en el centro de nuestra responsabilidad política. Porque –hay que recordarlo- nuestras sociedades opulentas crecen bajo la sombra de miles de “vidas desperdiciadas” como lanza con dureza Zigmun Bauman. Para decirlo de forma elíptica con este autor: “(…) la nueva plenitud del planeta significa, en esencia, una aguda crisis de la industria de eliminación de residuos humanos. Mientras que la producción de residuos humanos persiste en sus avances y alcanza nuevas cotas, en el planeta escasean los vertederos y el instrumental para el reciclaje de residuos”[v].
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En este sentido, el estudio de las migraciones se deja analizar mejor no sólo con la consideración de las crecientes desigualdades Norte-Sur o la escasez e insuficiencia de políticas efectivas de co-desarrollo, cooperación, integración y reintegración, sino también con el análisis de los actuales vertederos humanos que el “primer mundo” produce, convirtiendo millones de seres humanos en recursos superfluos, deshechos del derecho, sin las más mínimas garantías de trato igualitario. El doble rasero no puede ser más notorio: quien presume encarnar el porvenir de la democracia, es también agente histórico del sacrificio objetivo.
Para abreviar, este valioso trabajo periodístico –a contracorriente del periodismo predominante- no sólo aporta testimonios humanos esenciales. También contribuye a interrogar ese nosotros del que formamos parte, en la responsabilidad de lo que sabemos y de lo que preferimos no saber para evitar la responsabilidad que tenemos ante los demás. A esa responsabilidad infinita con el otro lo llamaba E. Levinas “justicia”. Porque no somos llamados para la caridad, sino para hacernos cargo de esta demanda de justicia, que el cinismo elige postergar, en nombre de ideales que en su práctica traiciona.
Tomar parte es luchar por una política específica de la apertura, capaz de enfrentar el miedo al otro, miedo que opera en la lectura prejuiciosa de la extranjería como amenaza e incluso como barbarie. Como señala Todorov, “El miedo a los bárbaros es lo que amenaza con convertirnos en bárbaros”[vi]. Bajo los nombres, a pesar de los repudios, hay alguien. Nadie, es decir alguien, sigue gritando. El latido que se agita bajo la piel - fuera de la aventura programada del turismo- es la añoranza de una tierra firme donde habitar. Si todavía somos capaces de escuchar el grito, si no naturalizamos tanto dolor anónimo evitable, que interroga por el Derecho propio y los derechos de los demás, en suma, si no sucumbimos a la anestesia que termina espectacularizando hasta el naufragio, ¿cómo gestionamos nuestra disconformidad compartida para que esta geografía de la fractura no sea la última palabra? Reinventar una morada en común es también pronunciarse de forma activa y en sentido diferente. Carla Fibla y Nicolás Castellano –junto a otros compañeros de viaje- ya lo han hecho. Para quienes confiamos en una democracia radical, es un deber acompañarlos.

[i] Dicha directiva promulgada en 2008, además de “unificar” la legislación sobre inmigración, endurece las condiciones referentes a la inmigración irregular, prolongando entre otras cuestiones el tiempo de confinamiento de los inmigrantes irregulares a 18 meses.
[ii] Me refiero fundamentalmente a las trabas europeas crecientes referidas a la reagrupación familiar, las contrataciones laborales realizadas en función del “catálogo de profesionales de difícil cobertura” en países de origen y a la obtención del arraigo por residencia ininterrumpida.
[iii] Son aleccionadores al respecto los casos de seres humanos abandonados en el desierto, como forma de castigo ejemplar.
[iv] La población africana sólo representa el 5 % del total de población extranjera residente en España.
[v] Bauman, S., Vidas desperdiciadas, Debate, España, 2008, p.17.
[vi] Todorov, T., El miedo a los bárbaros, Galaxia Gutenberg, España, 2008, p.18.